De crueles y justicieros by Alfonso Solís

De crueles y justicieros by Alfonso Solís

autor:Alfonso Solís [Solís, Alfonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-08-22T00:00:00+00:00


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Elche, mayo de 1365

Las tropas aragonesas recuperaron las villas de Arta, Serra y Segorbe, y sitiaron Murviedro. Su avance era imparable. La caprichosa ruleta de la fortuna había vuelto a girar y era Castilla la que se encontraba ahora en serias dificultades. Don Pedro marchó a Elche para reunirse con don Enrique Enríquez, a quien había nombrado adelantado mayor de la Frontera en Murcia, para analizar la situación y tomar las decisiones oportunas. Murviedro era la punta de lanza castellana en Aragón. Su control era imprescindible para impedir la comunicación entre el norte y el sur del levante aragonés, así como para lanzar expediciones de hostigamiento a toda la comarca valenciana. La derrota del maestre de Alcántara en Alcublas había supuesto un terrible contratiempo. No solo Castilla había perdido a un valioso militar y a centenares de soldados, sino que, además, las decenas de carretas de víveres que debían aliviar el hambre de la población durante el asedio a la ciudad ahora alimentaban el estómago de los sitiadores.

Don Pedro se hallaba en la sala principal del alcázar de Elche, una fortaleza de planta rectangular, rodeada de un foso y protegida por altas y gruesas murallas. Fue construida por los almohades para defenderse de las acometidas cristianas. Con él se encontraban don Martín López de Córdoba, don Diego García de Padilla y don Enrique Enríquez. Sentado en un solio, el rey se mesaba la barba mientras sus consejeros le explicaban la situación.

—El ejército aragonés es numeroso —comenzó a decir don Enrique Enríquez—. Don Pere se ha tomado muy en serio la toma de Murviedro. Le acompaña don Enrique con los soldados franceses y los renegados castellanos. La derrota del maestre de Alcántara no ha podido suceder en peor momento.

Don Pedro asintió con gesto grave.

—Nunca es buen momento para sufrir una derrota —repuso—. ¿Cuál es tu opinión?

—Debemos acudir de inmediato a Murviedro. Si los aragoneses recuperan la ciudad, perderemos todo lo conseguido hasta ahora. Tola la sangre derramada habría resultado completamente inútil. Sin Murviedro, nos veremos obligados a retirarnos de Valencia.

—Pero tú lo has dicho; las tropas aragonesas son numerosas —replicó don Pedro.

—Y nuestros ejércitos también lo son. Podemos vencerles si deciden presentar batalla o provocar su huida si concluyen que pueden ser derrotados. De cualquier modo, es nuestra obligación acudir a Murviedro. No podemos abandonar a nuestros hombres. —Don Enrique Enríquez se aproximó al rey y prosiguió con tono más sosegado—: Don Pere y don Enrique están en Murviedro. Mi señor, se nos presenta una oportunidad inmejorable de poner fin a esta guerra. Sería una insensatez eludir el enfrentamiento. ¡Debemos combatir! —exclamó con determinación, golpeando la palma de su mano con el puño derecho.

Pero don Pedro evitaba entablar una batalla frontal con los aragoneses. Era más sensato desarrollar una guerra de desgaste. Conquistar una a una las plazas aragonesas, arrasar sus huertas y cosechas, saquear el ganado, quemar las aldeas y asesinar a los campesinos era más prudente que apostar el desenlace de la guerra a una única batalla de resultado incierto.



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